Gloria Castro
Ómar Ortiz
Hace tiempo me debía esta nota sobre una de las mujeres más importantes para la cultura colombiana en la época contemporánea. Y es que Gloria Castro como persona y como artista es un ejemplo a seguir para quienes creemos que la única solución para los problemas del país, que tienen como base la pérdida total del sentido social y de la convivencia, son los procesos de formación artística.
Es que la Maestra, como se la conoce en el medio artístico y académico, bien pudo dedicarse a enseñar a «niñas bien» los fundamentos del ballet para que las criaturitas se mantuvieran esbeltas y apegadas a unas rutinas que fortalecerían sus aspiraciones de deslumbrar en las páginas de las revistas rosa o en las secciones ídem de los diarios locales. Pero no, escogió un tortuoso e ingrato camino como es el de abrir espacios de formación en arte a los sectores empobrecidos de Cali y del Valle del Cauca, y esto, en una ciudad y una región tan excluyentes, tan clasistas, tan negreras, se miró como una traición, como una bofetada a quienes se creen los dueños de la cultura y de las expresiones del talento creativo. Traición que se pagaría más temprano que tarde.
En cualquier lugar del mundo, en cualquier ciudad medianamente civilizada, incluyendo al islam, a una mujer como Gloria Castro se le estarían brindando todos los espacios, todos los recursos para hacer menos onerosa su carga de formación y preparación de bailarines de alta calidad. Cualquier grupo social, independiente de su condición ideológica, política o religiosa, estaría orgulloso de contar en su seno con seres dedicados al crecimiento colectivo por medio de la educación especializada de sus niños y adolescentes. Pero aquí no, porque pueden más las mezquindades, el ninguneo y la general envidia que según Cochise Rodríguez, enferma y destruye más que el cáncer.
La generosidad de Gustavo Álvarez Gardeazábal, que me nombró su Gerente Cultural, me permitió conocer de cerca el trabajo de Incolballet ya que fue una de las agrupaciones que nos acompañaron durante la «Ruta de la Lulada» con la que visitamos todos los municipios vallecaucanos y somos testigos de que gracias a esa participación muchas niñas del centro y norte del Valle optaron como escogencia vital, matricularse en dicha escuela. Me viene a la memoria el nombre de la tulueña Gilma Hernández, hoy radicada en Buenos Aires, que a partir de la presentación de la Compañía en Tuluá, decidió muy chiquita que su vida sería bailar en puntas. Por ella y por todas tus alumnas, pasadas, presentes y futuras, gracias Gloria.
Fuente: http://www.eltabloide.com.co/index.php/opinion/10942-gloria-castro